domingo, 20 de octubre de 2013

El País de los Simulacros - Parte I

Este escrito fue realizado a mediados de agosto de 2013.

En los últimos meses, se ha iniciado una seguidilla de simulacros de catástrofe de distinta índole a lo largo de nuestro país. Simulacros que han estado presentes desde hace muchos años en el diario vivir, partiendo de la famosa "operación Daisy" en nuestro colegio y que se mantiene hasta la actualidad. Chile, como país es especialmente dado a realizar este tipo de ficción. Y, no solamente en este tipo de ámbitos. La humanidad entera goza recreando o simulando vivencias o acciones que han ocurrido o pueden ocurrir en la realidad. Y de una forma más artística, recrea vivencias o situaciones de fantasía a través del teatro o el cine.

Dado lo anterior, me ha llamado la atención la seguidilla de simulacros de tragedias varias, con el fin último de preparar a la población para reaccionar de manera efectiva ante este tipo de eventos.

Algunos que se han realido este año: Simulacros de terremoto en Antofagasta, Arica, Ancud, Cauquenes, todos en distintas fechas. Simulacro de incendio en la cárcel de Talca. Simulacro de incendio en el hospital de Talca. Simulacro de incendio y rescate de bienes en el Museo Naval de Valparaíso... y así suma y sigue

¿Se habrán dado cuenta las autoridades y/o las mentes pensantes detrás de estos simulacros que las personas, ante un evento de índole mayor, llámese un terrremoto grado 8, tsunami o incendio de gran magnitud o todo junto, disminuye su raciocinio a un nivel mucho menor? ¿Conocerán los procesos biológicos que se ejecutan en el cerebro, ante la presencia de una amenaza inminente o potencial de muerte o de peligro a la integridad? ¿Tendrán alguna idea que existe una parte del cerebro llamada amígdala, la cual toma las riendas en esos casos límite y desata emociones extremas de primeros auxilios emocionales, y que lo que menos tiene es de racional?

Bueno, la verdad no creo. El fin primordial de la cantidad de simulacros realizados es, únicamente, mostrar a la población que las instituciones encargadas de manejar estas situaciones son fuertes y confiables a la hora que ocurra uno de estos eventos. Nada más ni nada menos. Sin embargo, justamente, cuando se desató una contingencia mayor, tal como fue el terremoto de febrero de 2010, nadie hizo lo que tenía que hacer, partiendo de la "Gordi" hacia abajo. (Perdón, pero no le puedo decir, Presidenta o ex-Presidenta a ese ícono de la ineptitud)

Una persona que se vea enfrentada a una situación, por ejemplo, de la envergadura que ocurrió en febrero de 2010 (terremoto 8,8° Richter), en la gran mayoría de los casos, tenderá a refugiarse en lo primero que encuentre, tratará de evitar que se le caigan las cosas encima, tratará de no tocar el suelo con los dientes y velará por la seguridad de los suyos (en una segunda derivada). Otros, caerán en una parálisis funcional derivada del colapso de su sistema nervioso. Claramente un simulacro no sirve para este tipo de personas, aunque los hagan participar en diez simulacros mensuales, a la hora del evento "real" son presa fácil del temor, se paralizarán y con un dejo de suerte sobrevivirán por algún acto del azar, si es que no les da un infarto antes.

Después de ocurrido el evento, es poco a lo que hay que temer. En el ejemplo, era muy poco probable que ocurriera un sismo de similar magnitud o mayor que pudiera devastar, aún más, lo devastado anteriormente. La lógica indicaba que en zonas costeras habría un tsunami. Y, nuevamente, las personas en vez de arrancar hacia "espacios en altura" o derechamente hacia los cerros, hizo todo lo contrario, se quedó esperando que las autoridades les dijeran qué hacer... como si lo obvio no fuera suficiente, como si las "operaciones Daisy" de los colegios no se hubiesen efectuado nunca en los últimos 20 años.

Finalmente, en el momento post-terremoto y post-tsunami, entran a jugar variables imponderables. No hay electricidad, probablemente tampoco suministro de agua potable, y las señales telefónicas estarán colapsadas y/o destruídas. Por lo que se genera un completo caos organizacional, ambiente propicio para que se produzcan saqueos a centros de abastecimiento, a centros comerciales y a muchas casas que han quedado solitarias o se han derrumbado. Ante esto, no hay simulacro que valga.

Conclusión: Los simulacros le hacen un honor ridículo a su nombre. Simulaciones de una institucionalidad inoperante y/o inútil que a la "hora de la verdad" muestra su real cara, es decir, la inoperancia en forma de autoridades paralizadas y una población sin sentido común para hacer, lo que por lógica hay que hacer. En última instancia, estas simulaciones justifican los sueldos (en situación de normalidad, sin catástrofe de por medio) de toda esa manga de autoridades del "riesgo" (ONEMI, SHOA, etc.) e ingenieros en prevención de riesgos que, sin embargo, "a la hora de la verdad", cuando se produce un desastre, dan la hora olímpicamente. Ahí es cuando tienen que justificar sus sueldos verdaderamente y no antes. 

Esto es un fiel reflejo de una sociedad de simuladores (ver parte II)

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