Terminar una relación
sentimental, irse de un trabajo dejando a todo tu grupo de trabajo en la
empresa, con el tenías una excelente relación laboral. Cambiarse de casa,
cambiarse de barrio, de ciudad y de región, hasta de clima. Cambiarse de estudiar
una carrera profesional a otra… y otra. Dejar de ver a ciertas personas, dejar
de vivir ciertos momentos cotidianos, que antes eran de una normalidad
insignificante, pero que al desaparecer, desatan las añoranzas de tiempos
pasados… esa quizá maldita obsesión del cerebro que le permite recordar, vivir
del recuerdo y de momentos que no volverán.
Es como morir. Morir y,
renacer luego, de una forma distinta, con deberes distintos, personas que te
rodean distintas, entorno hogareño distinto, clima distinto y velocidad
distinta… en suma, todo distinto… una y otra vez… (over and over
again, como se diría en inglés)
Difícil es despegarse de
lugares donde uno se siente a gusto, pero que a la vez, pueden ser dañinos en
el largo plazo.
Difícil también es enfriar los
afectos creados hacia las personas que alguna vez formaron parte de tu entorno
laboral y personal. Cuando se acaba una etapa, no queda más que seguir el
camino y avanzar, independiente de lo que se dejó atrás, y la incertidumbre
(mayor o menor) que pueda reinar en cierto momento, sólo es parte de la
adaptación a un nuevo entorno o escenario.
Puedo decir que “Si, hecho de
menos”… Echo de menos tantos lugares y amigos, tantos momentos y aprendizajes,
que pasa a ser ya casi una película repetida.
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